Eran siete los caballeros de fina armadura que protegían al rey en su castillo de los ataques reales y ficticios; sobre todo de estos últimos. Aunque era un grupo numeroso el que protegía al rey, los coprotagonistas de esta historia son siete fieles caballeros; cada uno entrenado durante largo tiempo en una poderosa estrategia defensiva. Gracias a estos caballeros el rey podía conservar cierto equilibrio que en muchas ocasiones se veía amenazado por las tensiones vividas en el propio territorio o con otros reinos. Estos caballeros lo mantenían a salvo, lo resguardaban del malestar y le evitaban las heridas.
A pesar de la importante labor que tenían el rey no estaba enterado de su presencia y menos de las tareas que ejecutaban, porque casi siempre actuaban en la oscuridad de la noche; eran escasas las oportunidades en que se les podía ver a plena luz del día. Cada mañana cuando el rey se levantaba y miraba al horizonte pensaba que en general las cosas iban muy bien en su reino, pero le inquietaba una extraña sensación que tenía, algo estaba incompleto, intuía que había cosas que no lograba reconocer, que no alcanzaba a percibirlo todo. A pesar de los esfuerzos que hacía, no lograba ver el panorama completo de su reino y su vida.
El rey le contó estas inquietudes a su hechicero real y él le explicó que esas partes que no lograba vislumbrar se debían a la ejecución inmediata y efectiva de sus valientes caballeros; si bien ellos aportaban a la estabilidad y bienestar del reino, su acción excesiva entorpecía la visión que tenía de su territorio.
Ante la incertidumbre de lo que pasaba, el rey pidió al hechicero su ayuda para encontrar a los caballeros y tener una reunión con ellos. Él le dijo que podía intentarlo y así fue como concertaron su encuentro. Los caballeros fueron conducidos ante la presencia del Rey para que cada uno explicara de forma detallada en qué consistía su defensa. Él deseaba enterarse de todo lo que acontecía en su territorio para tener una percepción más fiel a la realidad y así tomar decisiones más sabias. Cada caballero comenzó a describir sus labores por medio de situaciones que vivían de forma cotidiana con el Rey:
Comenzó el primer caballero, éste le explicó que cuando su majestad pensaba, sentía o decía algo que no estaba bien, de acuerdo con las normas del reino, las cuales habían sido legadas por sus padres, el caballero buscaba a alguien a quien atribuirle la culpa para que él no tuviera que cargar con el tormento de este plebeyo sentimiento. Acusaba a otros reinos de malas intenciones, les atribuía las envidias y los odios para que el reino propio estuviera libre de todos estos innobles sentimientos. Este caballero siempre juzgaba y condenaba de forma severa a otro que no fuera el Rey. Gracias a esta intervención, su majestad podía conservar una imagen limpia y agradable cuando se miraba al espejo y podía ver cómo su reino era bueno y libre de toda mancha.
El segundo se encargaba de poner un grueso telón entre el Rey y lo que a él no le gustaba o le hacía sufrir, de esta manera no se daba cuenta de situaciones que desencadenaran este malestar. Cuando el caballero actuaba, todas las situaciones indeseables, dolorosas, frustrantes, feas y atemorizantes quedaban ubicadas al otro lado del negro telón.
El tercero siempre tenía a la mano una cantidad de manuscritos donde encontraba de inmediato las explicaciones suficientes que justificaran todo lo que el Rey hacía o dejaba de hacer. De esta manera su majestad siempre estaba convencido de que su manera de actuar era la correcta. Este caballero poseía listas interminables de motivos razonables para cualquier comportamiento que pareciera inaceptable a sus propios ojos o a la mirada de los demás. Así el Rey se ahorraba la vergüenza de explicar su verdadero y oscuro motivo para actuar.
El cuarto caballero tomaba a los seres del reino que personificaban el dolor, la agresión, el malestar entre otros indeseables seres y los llevaba al Bosque Sombrío, un terreno del mismo reino al cual el Rey no tenía acceso y de donde todos estos personajes que generaban angustia no podían salir fácilmente a atormentar la vida del monarca. Y aunque él los olvidaba, algunos de estos salían cual fantasmas y se le aparecían entre sombras cuando dormía.
El quinto era muy creativo y poseía una extraordinaria imaginación, protegía a su majestad contándole historias fantásticas donde el Rey era siempre el héroe, era feliz, no tenía ninguna angustia y resolvía mágicamente todos sus problemas. Cuando tenía poco tiempo para hacer estos viajes imaginarios, este caballero le ayudaba al monarca a inventarse mentiras muy convincentes para sí mismo y para otros.
El sexto caballero llevaba al monarca al antiguo reino de sus padres, mientras estaba allí dejaba de comportarse como Rey y actuaba como un príncipe adolescente, esto le generaba cierta tranquilidad mientras permanecía de visita. En otras oportunidades el caballero le recordaba comportamientos de cuando era un niño y hacía rabietas, y en otros momentos le ayudaba a recordar algunas conductas de su adolescencia en la cual era impulsivo y rebelde.
El séptimo le mostraba al Rey un taller donde podía pintar hermosos cuadros, escribir poesía o dedicarse a investigar temas interesantes en los manuscritos de sus antepasados; a veces también iban a la capilla a orar. A todas las personas del reino les gustaba bastante cuando el Rey acudía a realizar estas valiosas actividades, lo aplaudían y estaban atentos a sus obras artísticas para apreciarlas y disfrutarlas.
Después de escuchar todo esto, el rey se sintió muy agradecido, sabía que su misión era protegerlo de los posibles daños; sin embargo, quedó impactado también porque confirmó lo que su hechicero le había explicado: estaban impidiendo conocer realmente cómo era su reino; decidió entonces dar a sus caballeros otras misiones, y él se encargó de enfrentarse a las que ya le habían descrito. Así vio un nuevo reino, una nueva claridad llegó.
La angustia, la frustración, el dolor y la vergüenza fueron nuevas experiencias para el Rey que sin duda le causaron un gran malestar. Pero poco a poco fue comprendiendo más y teniendo un conocimiento más amplio y completo de su reino lo que le ayudó a fortalecerlo. Además, empezó a relacionarse de manera más sabia con otros reinos.
Fanny Alexandra Gallego Lopera
¡Divertido, útil y bien hecho!
Imagen de Brigitte Werner en Pixabay
Psicóloga de profesión,
emprendedora por convicción
profe de vocación,
mamá por amor
y escritora por pasión.
Fotografías @cpembert
Mentora de emprendedores en Corporación Mundial de la Mujer (De Mis Manos), Parque del Emprendimiento y otras entidades del ecosistema de emprendimiento de Medellín y Colombia. Docente de la Universidad de Antioquia y Universidad Cooperativa de Cololmbia. Consultora Empresarial. Mamá de Emanuel y Selene. Escritora aficionada de cuentos y poesía, he publicado tres libros Mil lunas y un delirio, Bitácora de sueños y Emprendizaje: el proceso de aprender a emprender.
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